Proverbios 13:17

“El mal mensajero acarrea desgracia; Mas el mensajero fiel acarrea salud” (Pr 13:17).

La fidelidad y la integridad son grandes rasgos de carácter. Deberías tenerlos, y solo deberías asociarte con aquellos que los tienen. Cuando otros confían en ti o dependen de ti, es tu deber y privilegio cumplir sus deseos y necesidades de la manera más perfecta posible. Esta es una actuación noble que trae la aprobación y bendición de Dios y también del hombre.

La fidelidad y la integridad son mostradas aquí por un mensajero o representante. Los hombres impíos se meten en problemas, son fácilmente asaltados por distracciones tontas o presión para comprometerse, no son dignos de confianza ni fiables. Un hombre fiel trae prosperidad a quienes confían en él, porque termina el trabajo como se desea y se espera. 

Es un pecado necio traicionar la confianza de quienes te asignan una tarea. El funcionamiento próspero de cualquier sociedad depende de que los hombres desempeñen sus deberes con diligencia y honestidad. Los hombres impíos se desvían y fallan en sus compromisos. Pero los hombres fieles se aseguran de completar el trabajo y son un beneficio precioso para todos los involucrados.

Si envías a un holgazán a hacer un trabajo, su pereza te perjudicará. Salomón escribió: “Como el vinagre a los dientes, y como el humo a los ojos, así es el perezoso a los que lo envían” (Pr 10:26). Si envías a un necio, dañas tu causa. Salomón también escribió: “Como el que se corta los pies y bebe su daño, así es el que envía recado por mano de un necio” (Pr 26:6).

Los hombres fieles traen prosperidad a los tratos. Son salud para la transacción, en lugar de la maldad de los mensajeros impíos. La confianza en saber que un hombre terminará bien un trabajo es una bendición. Salomón escribió: “Como frío de nieve en tiempo de la siega, así es el mensajero fiel a los que lo envían, pues al alma de su señor da refrigerio” (Pr 25:13).

Antes del correo electrónico, los teléfonos y el correo postal, los mensajes eran llevados por hombres, por mensajeros. Los hombres impíos no tomaban en serio su encargo y no entregaban el mensaje con precisión ni a tiempo. Caían en distracciones en el camino, o eran desviados por las tentaciones. Cuando se podía contar con mensajeros fieles para que el mensaje se transmitiera con precisión y a tiempo, la prosperidad privada y nacional estaba asegurada.

Los santos de Dios deben tener una reputación impecable ante el mundo, como la tuvieron José y Daniel (Gn 41:38-40; Dn 6:1-5; 1 Ti 6:1; Tit 2:9-10). Cuando se les asigne una tarea, deben tratar de superar todas las expectativas para cumplirla (Pr 22:29; Ro 12:11; Ef 6:5-9). ¿Todos saben que siempre eres fiel en cualquier asignación o deber? Cualquier cosa menos que la confianza total en ti no es suficiente. Comienza hoy a ser fiel con integridad.

¿Piensas en los que confían en ti? ¿Caes en distracciones, o les traes salud? Tus deberes profesionales son importantes, pero no olvides a tus padres y a otras personas que dependen de ti. Considera cuidadosamente a tu cónyuge, hijos, vecinos, miembros de la iglesia, etc. Independientemente de si depositaron su confianza en ti o no, ¿los sirves fielmente?

Ya que Dios escogió la comunicación por medio de un mensajero o embajador para este proverbio, considera la importancia de una comunicación correcta. ¿Confundes hechos, embelleces eventos o exageras situaciones? ¿Te comunicas tan rápida y con tanta precisión como deberías? ¿U otros tienen que perseguirte para obtener lo que necesitan? ¿Te tomas el tiempo para ser detallado y ordenado en la comunicación para que no haya malentendidos?

Dios escogió la predicación para enviar la verdad a los hombres. La mayoría de los predicadores de hoy son mensajeros impíos, que caen en distracciones y no enseñan la Palabra con precisión. Han habido muchos, incluso desde los días de Pablo, que corrompieron la Palabra de Dios (2 Co 2:17; 11:3-4,13-15; Fil 3:18-19; 1 Jn 4:1). Y esta mala tendencia sólo va a empeorar en los últimos días (1 Ti 4:1-3; 2 Ti 3:6-7; 4:3-4; 2 P 2:1-2). Timoteo era una rareza, compartiendo la preocupación de Pablo por las iglesias (Fil 2:19-21).

Los ministros deben ser ordenados y cautelosos (1 Ti 3:1-13; 5:22). Deben ser hombres fieles (1 Co 4:1-2; 2 Ti 2:2; Tit 1:6-11), que no se distraigan con este mundo (2 Ti 2:4). Deben entregarse totalmente a su trabajo (1 Ti 4:13-16). Deben manejar las Escrituras con honestidad (2 Co 4:2) y con mucho estudio (2 Ti 2:15). Las iglesias que tengan mensajeros fieles, tendrán salud espiritual (Neh 8:1-12; 1 Ti 4:15-16).

Debes encontrar un ministro fiel a su llamado por Jesucristo (1 Ti 3:1-7; 4:13-16; 2 Ti 2:1-7; 1 P 5:1-4; etc., etc.). Eliú, el único hombre que entendía la situación de Job, dijo de tales hombres escasos: “Si tuviese cerca de él algún elocuente mediador muy escogido, que anuncie al hombre su deber; que le diga que Dios tuvo de él misericordia, que lo libró de descender al sepulcro, que halló redención” (Job 33:23-24). ¡Amén!

Pablo fue el más grande mensajero y embajador del evangelio, porque nada lo movió de su vocación consagrada como apóstol de los gentiles, y fue más diligente que todos sus colegas (Hch 20:24; 1 Co 15:10). Pudo decir al final de su vida: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti 4:7). ¿Estás agradecido por la salud que trajo? Si eres un creyente gentil, debes estarle agradecido (Ro 15:15-21).

El mensajero y embajador más fiel es el Señor Jesucristo. Él le dijo a Dios Su Padre en el cielo antes de morir: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). ¿Y si se hubiera distraído en el desierto o en Getsemaní? (Mt 4:1-11; 26:36-46) Pero no fue así. Él trajo la salud eterna a Sus hijos elegidos por Su completa fidelidad, y muerte de cruz (Fil 2:5-11; He 3:1-6).





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