Proverbios 17:14

“El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas; deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (Pr 17:14).

Se necesitan dos para pelear. Puedes evitar o terminar una pelea dejando que el conflicto se esfume. Pero si ambas avivan la discusión, el conflicto rápidamente empeorará. Los hombres sabios se esfuerzan por hacer la paz, porque el Dios de la paz llama a Sus hijos a la paz, a menos que sea un asunto por el que Él haya dicho que deben luchar.

Los grandes hombres hacen la paz. Los grandes hombres no son pueriles para enredarse en disputas pequeñas. Solo los hombres débiles no pueden gobernar sus espíritus o someter su orgullo para no responder a la provocación. ¿Eres grande o débil? ¿Hay algún conflicto en tu vida que deberías terminar antes de que se ponga el sol?

Si se hace una abertura en una represa o dique, el agua que fluya de ahí no se quedará en un pequeño chorro, sino que crecerá hasta romper la abertura y escapar explosivamente provocando una inundación violenta. De la misma manera, una pelea crecerá rápidamente si no se termina desde el principio.

Los hombres sabios se retiran a la primera señal de conflicto. Si te quedas e intercambias expresiones faciales ofensivas y palabras agresivas, una pequeña confrontación puede convertirse rápidamente en una pelea que puede llegar incluso a los golpes. En el concierto internacional, así se inician las guerras entre las naciones. Una respuesta tonta es seguida por una réplica airada, obteniendo como resultado una ofensa que conduce a una disputa acalorada. Pronto, ambas partes se humillan tontamente con amenazas y hasta violencia física.

¡Tal conflicto no es ni sabio ni cristiano! Es fácil ver el comienzo de una disputa, pero ¿quién puede calcular el daño al final, especialmente cuando las emociones heridas gobiernen las mentes? Un hombre sabio evita las dolorosas consecuencias de un conflicto innecesario retrocediendo humildemente al inicio de la confrontación. El ligero dolor en su orgullo no es nada para él.

Los conflictos que los sabios evitan son sobre aquellos asuntos menores, personales, que fácilmente pueden ser sacrificados. Los hombres sabios no retroceden ni evitan la confrontación por la justicia o la verdad, aunque siempre siguen las reglas de la sabiduría en cualquier conflicto. Un hombre sabio sabe la diferencia entre las cosas por las que debe luchar y aquellas de las que alejarse.

En la época de Salomón, el agua se retenía y dirigía mediante el uso de diques, represas, zanjas y acueductos (2 Cr 32:1-4,30; Is 22:9-11). Gran parte de Israel era desierto árido. Al ser una sociedad agraria, dependían del agua. Era de conocimiento común que una pequeña abertura en una presa o dique rápidamente se abriría más por la fuerza del propio flujo del agua, y que se convertiría en una inundación muy difícil de reducir o detener. Una represa se conserva mucho más fácilmente de lo que se repara. Para mantenerla intacta, debe evitarse cualquier tipo de filtración.

La confrontación y la contienda crecen de la misma manera, rápida y violentamente, hasta convertirse en grandes batallas. Tan pronto como sientas que aumenta la ira o que se desarrolla un conflicto, aléjate y evita tanto a la persona provocadora como el asunto que la provoca. Como algunos dicen, “Déjalo ir”. No dejes que la pelea ni siquiera comience. No respondas “palabras ásperas  con otras palabras más ásperas (Pr 15:1). El refrán dice: “Palabras sacan palabras”. No caigas en la trampa. No respondas a la provocación, a menos que sea con este espíritu: La blanda respuesta quita la ira” (Pr 15:1). Una respuesta suave y conciliatoria puede apaciguar a tu interlocutor y poner fin a la disputa antes de que esta siquiera comience.

Considera la comparación de Agur en esta misma vena: “Ciertamente el que bate la leche sacará mantequilla, y el que recio se suena las narices sacará sangre; y el que provoca la ira causará contienda” (Pr 30:33). Batir la leche produce mantequilla; apretarse la nariz puede producir una hemorragia nasal; provocar a alguien de mala manera  producirá una confrontación. ¿Cuántas veces debe Dios repetir la advertencia de que la provocación verbal causará un conflicto? Aprende la lección.

Si los cónyuges aprendieran esta regla, no habría peleas conyugales. Si los miembros de la iglesia aprendieran esta regla, las divisiones en la congregación terminarían. Si los hermanos lo aprendieran, es posible que vieras en la práctica el significado de lo que la Biblia llama “amor fraternal” y “bondad entre hermanos”. La paz podría reinar con solo un poco de consideración sabia por el agua que se escapa de la represa de tus labios. Todo hombre debe evitar la contienda para ser un pacificador, que es el fin último que la Biblia exalta (Mt 5:9).

Los sabios, que son honorables y nobles, apagan la ira e ignoran las ofensas (Pr 19:11; 20:3; Ec 10:4). Pero el necio se resiente (Pr 20:3; 18:6). Los hombres justos saben que es el orgullo lo que inicia y mantiene un conflicto (Pr 13:10; 21:24; 28:25); saben que la prudencia y el entendimiento no le darán ningún lugar a la ira (Pr 14:29; 16:32; 25:8; Ec 7:8-9).

Las personas contenciosas, a las que les gusta discutir, pelear o guardar rencor, son como echar gasolina al fuego (Pr 15:18; 26:21; 29:22), así que deben ser echadas fuera para disfrutar de la paz sin ellas (Pr 22:10; Gn 21:9-10). Los amantes de la paz usarán respuestas blandas y apartarán la ira (Pr 15:1; 25:15). La caridad cristiana no se deja provocar (1 Co 13: 4-7).

David dijo: “Los que buscan mi vida arman lazos, y los que procuran mi mal hablan iniquidades, y meditan fraudes todo el día. Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; y soy como mudo que no abre la boca. Soy, pues, como un hombre que no oye, y en cuya boca no hay reprensiones” (Sal 38:12-14). ¡Perfecta, y santa sabiduría!

Abraham amablemente resolvió una disputa de propiedad con Lot dejándolo elegir, aunque él, como anciano, tío y amigo de Dios, debería haber elegido primero (Gn 13: 8-9). Y Gedeón resolvió otra situación difícil al apaciguar gloriosamente a los hombres de Efraín (Jue 8:1-3). Pero la falta de esa sabiduría de parte de Jefté costó muchas vidas (Jue 12:1-6).

En el Nuevo Testamento, dos conflictos terminaron pacíficamente al nombrar diáconos y celebrar un concilio en Jerusalén (Hch 6:1-7; 15:1-31). Pero Pablo y Bernabé se separaron porque no pudieron arreglar sus diferencias (Hch 15:36-41). A los hermanos débiles se les permite entrar en las iglesias, pero no se les permite debatir sus opiniones personales y causar conflictos, porque la paz de la iglesia es mucho más importante (Ro 14:1,17).

El Señor Jesús nos enseña a dar la otra mejilla cuando nos golpean, lo que cumple y amplía la sabiduría de este proverbio (Mt 5:38-42). No quiso decir que un cristiano no debería defender a su familia o su hogar, incluso con fuerza letal. ¡Quiso decir que eventos ridículamente pequeños como ser golpeado en una mejilla te dan el privilegio de terminar una pelea ofreciendo la otra mejilla!

Pablo aplicó la lección del Señor enseñándonos a vivir en paz con todos los hombres (Ro 12:18-21; 1 Ts 5:14-15). Incluso a los ministros se les dice que rechacen las preguntas tontas e ignorantes para evitar las contiendas que causan (1 Ti 1:4; 6:3-5; 2 Ti 2:14-16,23; Tit 3:9), porque la envidia y las contiendas relacionadas son del infierno y no tienen parte en la vida de un cristiano (Stg 3:14-18).

En los asuntos pequeños que causan peleas, es mucho mejor sufrir pérdida que insistir en tu punto e intensificar una pelea y nunca ganar realmente al final de todos modos. Pablo enseñó a los corintios, que tenían una disposición contenciosa, a terminar las disputas pequeñas de esta misma manera: sufrir pérdida (1 Co 6:7-8). ¡Salomón, Jesús y Pablo estuvieron de acuerdo!

Para agradar a Dios y obedecer el proverbio de Salomón y seguir el ejemplo y la enseñanza de Jesucristo, debes evitar las disputas necias o personales cuando sientas que comienzan a crecer. La fuerza y la sabiduría que se necesitan para dejar una pelea son mucho más parecidas a las de Cristo que empujar el problema hasta que se convierta en pecado. Es mejor atragantarse tragándose el orgullo ahora para terminar una pelea, que luego atragantarse con una disculpa después de haber causado mucho daño.

Esta sabiduría se aplica especialmente cuando una persona que tiene autoridad sobre ti se ofende contigo. En lugar de pelear para defenderte, admite tu falta o tu posición inferior y termínala cediendo (Pr 16:14; 25:15; Ec 10:4). Hay una gran sabiduría en aprender a hacer esto, pero se necesita sabiduría y humildad. Deja que el consejo de Dios a través de Salomón te dé paz.

Termina un conflicto hoy, retrocediendo y alejándote como un verdadero cristiano y un hombre sabio. O mejor aún, dale un regalo a una persona ofendida para hacer las paces con ella (Pr 21:14; 17:8; 18:16; Mt 5:23-26). Esto es cristianismo real y sabiduría práctica. Dios bendecirá grandemente a tales pacificadores (Sal 34:12-16; Mt 5:9; Stg 3:17-18). Dios te bendiga.







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