Proverbios 19:18
“Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo” (Pr 19:18).
¿Hay esperanza para tu hijo? Depende de la edad que tenga. Una vez a gusto en los caminos del pecado, es muy difícil revertir su pensamiento necio. Puede ser necesario un milagro para recuperarlo, y Dios no le ha prometido milagros a los padres perezosos. Toma en serio hoy la instrucción de tu hijo.
Instruye a tu hijo hoy: mañana puede ser demasiado tarde. No desperdicies ni un solo día. No lo tienes para siempre. Crece rápidamente más allá de la instrucción, y luego tu influencia sobre él desaparece. Es probable que tus esfuerzos por instruirlo o disciplinarlo lo provoquen. Será demasiado tarde para ti, y para él.
Dios te dio a tu hijo desamparado y abierto a la instrucción. Te dio una ventana de tiempo para instruirlo, que se cierra muy rápido. Si eliges ignorar o rechazar Su sabiduría de actuar a tiempo en su vida, después deberás orar por un milagro, el cual Dios no ha prometido darte.
El proverbio tiene dos lecciones claras para ti. La instrucción bíblica y el castigo relacionado deben hacerse temprano en la vida del niño, y este castigo debe ser lo suficientemente firme como para causar el dolor adecuado, sin comprometer la tonta compasión de los padres o las súplicas llorosas del niño.
La formación infantil no es una opción; es un mandamiento (Pr 22:6; Ef 6:4). Castigar no es una opción; es un mandamiento (Pr 23:13-14; 29:15,17). El castigo es el uso de la fuerza para producir dolor en su aplicación, es el refuerzo de la instrucción.
El castigo correctivo que Dios enseña aquí es mediante el uso de la vara (Pr 13:24; 22:15; 23:13-14; 29:15). El jinete le enseña obediencia al caballo usando brida, una fusta y espuelas aplicadas con fuerza sobre las partes claves de su cuerpo. El asno se mantiene controlado y se vuelve útil con riendas, y un aparejo sobre el lomo para llevar cargas sujetado con una cincha; los niños son disciplinados de igual manera (Pr 26:3; 10:13). Algunas marcas de azotes en las nalgas son un maravilloso método de instrucción, como testificarían muchas generaciones pasadas de sobrios y austeros americanos (Pr 19:29; 20:30).
No hay mejor idea que los azotes o la vara para castigar al niño. Dios resolvió el problema con las reglas del rey Salomón para la educación de los niños en el libro de Proverbios. La historia, la observación y el sentido común confirman tal sabiduría. No puedes mejorarla, no importa cuántos o cuán educados sean tus oponentes. Si desperdicias los primeros años de tu hijo deseando o buscando un enfoque diferente, pronto te avergonzará en público (Pr 29:15,17).
Dos generaciones ahora han descuidado el castigo, y los jóvenes de hoy son altivos, egoístas, perezosos, rebeldes e indisciplinados en comparación con sus abuelos instruidos con la vara. Rasgos no permitidos hace cien años en ningún niño son ahora la norma. Los estándares públicos, académicos y de empleo se reducen regularmente para adaptarse a una generación indisciplinada. La locura de la paternidad moderna llegó a casa para descansar sobre tu descendencia.
Los hijos se portarán bien en la madurez si los educas en la niñez (Pr 22:15). Debes castigarlos a tiempo: temprano en la vida, mientras hay esperanza, antes de que sea demasiado tarde (Pr 13:24). Estimado padre, obtén un fuerte sentido de urgencia hoy.
“En tanto que hay esperanza”. Es decir, a tiempo. En un tiempo oportuno; temprano en la vida. Antes de que sea demasiado tarde.
El castigo es el método de Dios para instruir a Sus hijos para una vida piadosa y exitosa, pero debe hacerse temprano en la vida. Si se espera demasiado, los niños se endurecen en la rebelión, se establecen en sus propios pensamientos, se forman en sus propios hábitos, se resienten de la corrección corporal y pueden dejar el hogar y vivir solos. Como lo sabes bien por la pena civil tardía, los hombres se endurecen para hacer el mal cuando el castigo no se ejecuta pronto (Ec 8:11)
La instrucción en la disciplina bíblica debe comenzar muy temprano en la infancia. Ana entregó a Samuel a los sacerdotes en Silo inmediatamente después de destetarlo (1 S 1:24-28). Samuel ya estaba preparado para vivir lejos de casa, seguir instrucciones y adorar a Dios desde muy, muy temprana edad. La autodisciplina, una virtud clave, se puede enseñar de manera efectiva en un alumno con pañales sentado en una silla alta. El verdadero amor de los padres encuentra formas creativas de lograr gran parte de la meta desde el principio.
Debes disciplinar temprano, y debes disciplinar firmemente. No dejes que las lágrimas y el llanto te conmuevan, porque el niño pronto aprende a suplicar, rogar, prometer, y gritar para evitar la disciplina. Ignora sus lágrimas ahora para salvarlo, y tú no llorarás mucho peor después. La interrupción de la tranquilidad doméstica durante unos minutos ahora es mucho menor que la calamidad que se avecina sin ella. No dejes que nada te distraiga o te impida comprender esta sobria lección.
Es una compasión impía la que te impide cumplir con tu deber para su felicidad y bien. La elección de Eli de ser transigente con sus hijos trajo infinitamente más dolor a toda su familia y a él que cualquier dificultad corta que hubiera causado el castigo. ¡Considéralo! Cuando ignoras la infracción de un niño o una falta de carácter sólo para que tengas una velada tranquila después del trabajo, estás pidiendo muchos años sin paz en el futuro cercano.
Ningún buen padre disfruta castigando a su hijo, porque preferiría abrazarlo con ternura o disfrutar de su feliz compañía, según la edad. Pero el objetivo de salvarlo del infierno debe llevarte a cumplir con tu deber. El verdadero amor no es sólo abrazos y besos: el verdadero amor es corrección; retener la corrección es odio (Pr 13:24). Si realmente amas a tu hijo, y quieres que tenga una vida funcional y próspera, debes disciplinarlo desde la primera infancia.
Si dejas la vara, odias a tu hijo, porque creas dolor y problemas futuros para él en su vida. Esta elección tonta volverá para perseguirlos a ambos (Pr 29:15). David optó por negar la vara para Adonías, y le costó la vida a este hijo necio (1 R 1:6; 2:23). Nunca sacrifiques el futuro en el altar del presente, sin importar tu disgusto por el castigo. Haz grande a tu hijo en el futuro castigándolo en el presente, hoy, si lo necesita.
Enfatizar la amistad con tu hijo sólo te traerá problemas, pues será difícil disciplinarlo con la consistencia y la severidad adecuadas. Primero debes ser padre, y luego puedes ser su amigo. Disciplínalo, y traerás descanso a tu alma; podrás descansar perpetuamente más tarde cuando tu castigo lo haya ganado (Pr 29:17). Tu compañerismo con un hijo exitoso en el futuro será más grande (Pr 10:1; 15:20; 17:21,25; 19:13; 23:24-25).
Si tienes un hijo pequeño hoy, hay esperanza. No planees para mañana, porque tu caso pronto puede ser desesperado. Si has sido negligente en el pasado, confiesa tu pecado completamente a Dios y pídele misericordia para el hijo que ya ha pasado el punto de la esperanza. Él perdona y misericordiosamente puede ayudarte a recuperar la oportunidad perdida (Joel 2:25-27). Siempre hay esperanza con Dios de tu lado, pero Dios te encarga que comiences la instrucción bíblica de tu hijo cuando es un niño pequeño.
Los verdaderos cristianos son hijos de Dios por adopción a través de Jesucristo (Gl 4:4-7), y Él nos demuestra Su amor castigándonos cuando desobedecemos. Él sí tiene verdadera compasión (Sal 103:13-14), pero castiga y azota a todo hijo adoptivo (He 12:6). El castigo prueba Su amor, porque solo los bastardos son ignorados para seguir su propio camino (He 12:7-8). Si recibes resultados dolorosos por el pecado, por dentro o por fuera, debes saber que eres muy amado. “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Ap 3:19).
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