Proverbios 21:29
“El hombre impío endurece su rostro; Mas el recto ordena sus caminos” (Pr 21:29).
Muestras tu corazón por cómo recibes la instrucción. Los impíos se rebelan y se proponen continuar en su mal camino. Los justos reciben la corrección y modifican sus vidas. Tu respuesta a la corrección dice más sobre tu carácter y futuro que cualquier otra cosa.
El impío endurece su rostro. He aquí una metáfora de un rebelde que se ha propuesto rechazar la corrección. Elige rebelarse en lugar de someterse. Apretar la mandíbula, endurecer la vista, fruncir el ceño o mirar hacia otro lado son las señales físicas de su corazón malvado. Ha resuelto ignorar la corrección y la instrucción y quedarse en sus opiniones, conducta y hábitos.
El Señor conoce los rostros de las personas, y cómo exhiben la rebelión interior, por eso advierte sobre ellos (Is 48:4; Jer 3:3; 5:3). El cuello y la frente también se usan en la Biblia para hablar del endurecimiento rebelde del corazón (Pr 28:14; 29:1; Hch 7:51). El Señor les dice a Sus ministros que ignoren estos rostros y prediquen la verdad sin adornos, sin disculpas ni compromisos, de todos modos (Jer 1:4-10,17; 23:28-29; Ez 2:6-7; 3:7-9).
No se puede jugar con Dios. Él conoce todos tus pensamientos; Él conoce todas tus intenciones (He 4:12-14). Él sabe cuán sumiso o rebelde eres en el nivel más profundo de tu corazón y mente. Límpiate totalmente ante Él arrancando cualquier resistencia a cualquier doctrina o práctica bíblica, y llena tu corazón y tu mente de fervor a Él (Sal 27:4; 122:1-4).
El hombre de Dios aprende a reconocer y diferenciar los diversos tipos de rostros. Hay una gran diferencia entre el rostro del hambriento y del humilde, del alegre y del triste, del justo y del impío; y el rostro del abatido, del terco, del infeliz y del impío es fácil de reconocer. Algunos rostros anhelan y devoran la corrección; otros la resienten y la rechazan. Hay toda clase de rostros revelándote su corazón en la calle y en las iglesias. No pueden esconderse del hombre de Dios. Los corazones de todas las personas son revelados en sus rostros.
A veces un ministro verá por los rostros que su dura predicación está “fuera de tiempo”. El pueblo no quiere oír lo que tiene del Señor. A veces su predicación puede estar “a tiempo”. Pero en cualquier caso, tiene un solo deber: predicar la palabra con insistencia e inculcarla a todos los oyentes (2 Ti 4:2). Solo los valientes deben ser ordenados como ministros de Dios.
Un verdadero hombre de Dios hace la guerra contra esos rostros, derriba sus muros, hecha al suelo sus fortalezas, abate sus altivas imaginaciones, lleva todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo, y se prepara para vengar cualquier desobediencia (2 Co 10:3-6). ). ¿Entiendes esta guerra? ¿Aprecias este tipo de servicio? Está muy lejos del predicador afeminado, suavizado, sonriente y pingüe buscado por la mayoría de los cristianos hoy en día.
Dios odia la obstinación y la rebelión. Las considera como idolatría y hechicería (1 S15:22-23). Las juzga severamente. ¡Piensa en el rey Saúl, que fue rechazado como rey! ¡Piensa en Judá en Babilonia! Piensa en las mujeres israelitas que se comieron a sus hijos (Lm 4:10).
Los justos escuchan la corrección, y cambian el rumbo. Los tesalonicenses escucharon a Pablo y se apartaron de sus ídolos para servir al Dios vivo y verdadero (1 Ts 1:9-10). Cornelio le rogó a Pedro que le dijera a él y a su familia todo lo que Dios quería comunicarle (Hch 10:33). Las rameras lloraron a los pies de Jesús.
El Señor Jesús te advirtió acerca de cómo debes oír Su palabra (Lc 8:18). ¿Recibes la instrucción y la reprensión mansamente y con gratitud? (Neh 8:1-18; Hch 17:11) ¿O te tapas los oídos y deseas poder apedrear al predicador? (Hch 7:57) ¿Por qué algunas personas nunca aprenden o cambian? ¡Porque el Señor las está juzgando por cómo oyen! (Lc 8:18)
Puedes quedarte en tu impía rutina aprendida desde la niñez, del diablo, de tus padres, de la tradición, de la formación religiosa o de la educación mundana. O puedes desear ansiosamente la leche sincera de la palabra para que puedas crecer en ella (1 P 2:1-3). Los sabios y los grandes hombres dicen: “Consideré mis caminos, y volví mis pies a tus testimonios” (Sal 119:59).
¿Te deleitas en entender? ¿O te deleitas más bien en descubrir tu propio corazón? Salomón advirtió contra esta locura (Pr 18:2). Si crees que tu corazón ya tiene alguna luz y sabiduría, endurecerás tu rostro contra la instrucción piadosa. Dios no le concederá nada a tu corazón (Is 8:20; Jer 17:9). Pero los sabios oirán, aprenderán y cambiarán (Pr 4:26; 8:33; 11:5; 23:19).
Algunos oyentes no endurecen sus rostros; asienten de arriba y abajo; le dicen al predicador que compartió un buen sermón. Mienten con sus labios y sus apretones de manos (Sal 144:8,11). Pero sus corazones están duros y distantes durante la enseñanza y cuando llegan a casa. ¿Cómo se detectan? Sus vidas son cáscaras infructuosas de hipocresía. Su gozo es gris como la muerte gris.
El Señor Jesús habló de un padre que les dijo a sus dos hijos que trabajaran en la viña (Mt 21:28-32). Un hijo dijo que no lo haría, pero luego se arrepintió y fue a trabajar. El otro hijo dijo respetuosamente que lo haría, pero no lo hizo. ¿Cuál complació a su padre? Considéralo. Si el impío oyere y se convirtiere de su maldad, vivirá (Ez 18:27-28).
El Señor Jesús, Señor del cielo y de la tierra, amablemente ofrece: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn 14:23). Pero también advierte: “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Jn 12:48). ¡Humíllate hoy ante el Señor, y cambia el rumbo de tu vida!
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