Proverbios 31:8

“Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos” (Pr 31:8).

Otros dependen de ti, y es tu deber defenderlos y ayudarlos. Esta regla se aplica especialmente si tienes autoridad. Si una persona pobre o débil está siendo lastimada o amenazada, es tu trabajo rescatarla. Abre tu boca para discutir y pelear por los que no pueden hablar ni defenderse, los pobres y necesitados (Pr 31:9). ¡Eres el guardián de tu prójimo!

La madre del rey Lemuel le dio esta regla inspirada (Pr 31:1-2). Ella deseaba noblemente que él fuera el mejor rey posible. Como gran madre, le enseñó a usar su trono para defender la justicia y liberar a los oprimidos. En lugar de pensar que la autoridad real le daba la oportunidad de obtener ganancias personales, ella le enseñó a usar su privilegio de poder para ayudar a los demás.

¡Abre tu boca! La defensa de cualquier causa o persona comienza con las palabras. Si casi nunca hablas, o hablas despacio, o evitas la confrontación, entonces necesitas esta advertencia más que otras. Si algo malo está pasando, o si alguien está siendo agraviado, debes hablar. ¡Di algo! Detén el daño o la violencia y protege a quienes cuentan contigo.

¿Por qué muchos callan cuando podrían decir algo? Temen a los que se les opongan. Temen el ridículo. Temen desbalancear el bote. Temen la presión de los compañeros. Temen cometer un error. Temen involucrarse y no poder salir fácilmente. Sienten que su esfuerzo no será apreciado. Carecen de confianza, compromiso o comunidad.

¿Quiénes son los desvalidos? Son aquellos que no pueden hablar por sí mismos. ¿Por qué no hablan en su propia defensa? Su voz puede ser ignorada porque son pobres, de clase baja, jóvenes, de la raza equivocada, del sexo equivocado, discapacitados mentales, niños, sin privilegios, viejos y débiles mentales, intimidados por la situación, o innumerables otras razones.

¿Cómo son designados para el juicio? Las circunstancias o los enemigos los amenazan, y serán heridos o destruidos, a menos que alguien intervenga para salvarlos. Son las personas en peligro de opresión. Una razón por la que Dios ordenó la autoridad en el mundo (maridos, padres, jefes, gobernantes y pastores) es para defender la causa de esas personas pobres y necesitadas.

Considera algunos ejemplos. José habló al faraón por toda su familia (Gn 47:1-12). Isaac dio la mejor bendición que pudo a Esaú, a pesar de lo que había hecho Jacob (Gn 27:38-40). Elcana intervino para honrar a Ana sobre su otra Penina (1 S 1:1-8). Jonatán habló a su padre por la vida de David (1 S 19:1-7). Salomón intervino para proteger a una prostituta en una disputa por su hijo (1 R 3:16-28). Ester habló a Asuero por su pueblo, y él a su vez habló por ella contra sus enemigos (Est 7:1-10; 8:1-14).

Considera algunos otros ejemplos. El buen samaritano dio instrucciones al posadero para que cuidara al judío herido (Lc 10:30-35). Pablo usó su gran autoridad y reputación para ayudar a Febe (Ro 16:1-2), Onésimo (Fil 1:8-21) y el joven ministro Timoteo (1 Co 16:10-11). Juan promovió a Demetrio (3 Jn 1:12).

Un rey podía intervenir por aquellos amenazados por juicios civiles, casos de impuestos, procesos penales, disputas de propiedad, etc. Pero hay oportunidades diarias que puedes usar para ayudar y proteger a otros. Considera un niño acosado en la escuela, a un empleado maltratado en su empresa, a una viuda desatendida en la calle, a un niño abusado en la siguiente cuadra, a un miembro pobre en tu iglesia, a un niño molestado por hermanos en su familia, a una mesera reprendida por un cliente grosero, a un colega inocente víctima de una conspiración contra ella; y muchos otros casos similares.

¿Has hablado recientemente por alguien? ¿Has defendido a alguna persona pobre y necesitada? No digas que no has visto a nadie en necesidad, porque las oportunidades surgen a menudo, pero es la naturaleza perversa del hombre mirar hacia otro lado (Pr 29: 7). El gran Dios del cielo ve tu decisión de no involucrarte y te juzgará por ello (Pr 21:13; 24:11-12; 28:27).

Considera al supremo rey de los cielos, el Señor Jesucristo. No abrió la boca para defenderse, al dar Su vida por Su pueblo (Is 53:7; 1 P 2:23). Pero Él abogó por la causa de una mujer cananea (Mt 15:21-28), niños traídos a Él (Mt 19:13-15), una mujer pecadora en la casa de Simón (Lc 7:36-50), una mujer acusada de adulterio (Jn 8:1-11), y el cuidado de Su propia madre mientras moría (Jn 19:25-27). Deja que Su santo ejemplo dirija tu boca al silencio por ti mismo y a un fuerte clamor por los demás.



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